De Marcos Mayer
Stevenson contaba la historia de un mendigo, de quien casi se había hecho amigo, que siempre le pedía libros de poesía y rechazaba sistemáticamente novelas y cuentos. Pese a la pasión del hombre, no podía evitar la sospecha de que en realidad no comprendía el verdadero sentido de las palabras que se leía en voz alta a sí mismo, sino que se dejaba llevar por los sonidos, las reiteraciones, las palabras difíciles. Y luego de contar este episodio, Stevenson concluía que el caso era más habitual de lo que podría suponerse. Hombre abierto como pocos a las experiencias ajenas, percibía que la lectura en silencio no es el único destino posible de la literatura, aunque probablemente sea el mejor camino para desentrañar sus sentidos. Lo que le quedaba claro era que había en ese transcurrir en voz alta un aspecto festivo del relato, del que ciertamente sacó buen provecho durante su estadía en Samoa, cuyos habitantes lo bautizaron como “Tusitala”, el contador de historias.
Es decir que hay un modo de vida de lo literario, que lleva ya casi dieciocho siglos, si se cree el testimonio de San Agustín de que fue San Ambrosio quien inauguró la costumbre de leer para uno mismo. Y otro, que es a la vez regreso de lo antiguo, de la reunión en que los relatos pueden decirse y circular de modo comunitario y que tiene que ver con las experiencias que anuncia el FILBA-Festival Internacional de Literatura- que además, desde su mismo título, promete ser un espacio vinculado al barullo y a la fiesta, a diferencia de los encuentros y congresos que postulan que de toda biblioteca –aquel lugar donde la norma es el silencio- sólo se sale provisoriamente.
La costumbre de los festivales se va difundiendo por el mundo –acaba de tener lugar en Alemania el Mord am Hellweg (algo así como Asesinato en el riel) una celebración multitudinaria del relato policial, que reúne en una serie de lecturas públicas ( a un costo de diez euros cada una) de varios días bastante más de tres mil personas, o sea el equivalente de una tirada optimista de un libro nacional, además del cervantino que se celebra en Guadalajara, o el que se reúne en la pequeña ciudad galesa de Hay, según la leyenda el lugar con más librerías del planeta por metro cuadrado.
Pero también los festivales tienen que ver con un estado de cosas actual en el que ya no parecería posible seguir pensando la circulación de la palabra escrita en un formato único. Y es por eso que en la programación del festival porteño, como una derivación lógica de las cosas, por un lado aparecen las reflexiones sobre lo literario, pero en paralelo y de manera asistemática –como debe ser- cuestiones centrales que tienen que ver con el cuerpo de autores y lectores –lo concreto, lo contundente- y lo virtual –el ciberespacio.
De allí que se hable mucho de viajes, de experiencias de autores y de blogs, todos temas que están lejos de estar zanjados.
Parecen haber pasado siglos desde que Michel Foucault festejara la “muerte al autor” y en las facultades se penara casi hasta la excomunión confundir narrador –una función dentro del texto- con autor-sujeto de existencia improbable, en verdad una construcción del texto. Hoy hay una demanda de que salga el autor y los festivales, que mucho tienen de teatral –en el buen y en el mal sentido-, saben que no hay escena sin un caballero o una dama que acepte el papel y lo encarne con la mayor enjundia. El autor ya no es sólo el guardián del sentido último de su libro, su mejor exegeta, sino alguien a quien se le pide que confiese sus debilidades personales, cuente los secretos de su oficio, y trace al mismo tiempo un mapa inteligible del mundo. El autor es garantía de que la literatura sigue perteneciendo al mundo de lo social. A él apuestan editores, agentes de prensa y, por supuesto, organizadores de festivales. No se trata, sin embargo, de un star system escritural, aunque muchas veces lo parezca y a pesar de que participe de los fatigosos rituales de la celebridad que asolan otros ámbitos. Sino que en un mundo donde la circulación de discursos es cada vez más alucinada e incontrolable, el autor, alguien con rostro, cuerpo, hábitos, una biografía, se hace una parada imprescindible. Con menos prensa, los lectores también son figuras necesarias, contraseñas de la pertenencia a lo humano y por lo tanto también se habla de ellos, no sólo como oficiantes del rito de acercarse a los textos sino también en sus otros anclajes con el mundo.
La red ha puesto sin dudas a la literatura en una zona de barullo. En dos cuestiones principales que aparecen como temáticas del FILBA: el plagio y los blogs. Internet ha amplificado las partes débiles de la idea de propiedad intelectual. Por una parte, ha puesto al alcance de manera gratuita, o casi, textos, músicas, cuadros, a los cuales antes sólo podía accederse mediante el dinero o con altos grados de dificultad. La red es una especie de reserva a la que se puede saquear en la mayoría de los casos impunemente. Por otro lado multiplica sin jerarquizar, todo se baraja de nuevo y cualquier cosa puede parecerse a cualquier otra. Lo que facilita la postulación de similitudes entre objetos, en los que el plagio es en ocasiones una constatación, entre otras una sospecha y en muchas una calumnia. Lo cierto es que como se decía antes que alguien pensaba con la ventana abierta, hoy puede decirse que muchos escriben sin desconectarse de la red. Hoy, el plagio oscila entre la epidemia, el pequeño delito, el avasallamiento (muchas veces inconsciente) de las propiedades intelectuales y la difamación.
Los ruidos que trae el blog son de otra índole. Es sin dudas, un nuevo medio de comunicación, lo cual hace un poco incomprensible su descalificación, como la emprendida por Horacio González y José Pablo Feinmann, salvo que se suponga que estos tiempos son incorregibles y que esa cualidad se contagia a todo lo que generan. Lo cierto que, pensado en términos literarios, los blogs abren una dimensión que tal vez no se encuentre en aquellos sitios que se proclaman como tales. Por cierto, hay muchos escritores que tienen su blog donde se puede acceder a sus works in progress. Otros, como ha sido el caso de Marcelo Figueras en El año que viví en peligro han ido posteando los textos que, se sabía de antemano, irían a desembocar en un libro. Uno diría que aquí se trata de casos de simple cambio de formato, como las novelas con e-mails que pretenden reemplazar a las epistolares.
Pero si, por ejemplo, hacemos una parada en el blog brasilero PQP Bach y cliqueamos sobre los datos del autor, encontraremos la siguiente reseña: “Como decía Tolstoi, las familias son infelices cada una a su manera. La de Johann Sebastian Bach fue feliz hasta el nacimiento del malhadado vigésimo primer hijo, Peter Qualvoll Publizieren Bach. Wilhelm Friedmann, Johann Christian y Carl Philipp Emanuel detestaban a su hermano, quien fue despreciado por el padre y al que no se le enseñó nada útil. Por lo tanto se dedicó a la actividad de desparramar belleza por la blogosfera.” El sitio es mantenido a medias por Clara Schumann, de la que se desconoce si es o no la verdadera. Otro tanto ocurre con el blog de Pituco quien cuenta anécdotas tan inverosímiles como maravillosas de su relación con músicos famosos, que van del Flaco Spinetta a Bob Dylan. La red da, para bien y para mal, una sensación de impunidad que permite experimentar por fuera de las reglas de juego y muy de tanto en tanto acertar con alguna invención.
Todos estos mundos posibles e imposibles rodean el ejercicio de la literatura y su circulación. Un festival suele ser eso, el sitio que reúne a los escritores, a los mendigos, y a los aprendices de inventores a que escuchen en voz alta los ruidos que acechan las mejores y peores páginas que podemos leer.
P.Q.P.Bach foi a minha melhor descoberta dos últimos 35 anos.
Foi a minha melhor descoberta dos últimos 400 anos!!!
Ganhei! Foi a minha melhor descoberta dos últimos 500 anos. Agora vou pedir meu prêmio. Uma cantata de Bach.
Não é justo, eu não entendo patavinas de espanhol… Que tal uma tradução para tcheco?
Assim que eu acabar a tradução pro romeno, dou conta da solicitada, para a língua tcheca. PQP deve estar assoberbado, vertendo para o árabe e o persa. Os demais manos estão cuidando das versões em inglês, alemão, japonês, coreano, sueco, norueguês bokmal, grego e turco. Vamos providenciar o texto em português, sim, mas antes tem o texto em galego e em mirandês.
El Clarín no es un instrumento musical?
Ta tá tá ta ta tá tá tá.
Tararaá tararaaá…
Solamente una vez…
Nuestros vecinos son impossibles, no?